miércoles, 11 de junio de 2008

Estilo Plateresco.



Estilo Plateresco:

estilo artístico español que floreció durante el primer tercio del siglo XVI, que se corresponde con la primera fase del renacimiento. Aunque sus principales manifestaciones son arquitectónicas, actualmente se estudia como un estilo ornamental y no como un sistema constructivo o artístico con identidad propia. Durante los últimos años del siglo XV y primeros del XVI la situación política española —ausencia de una burguesía consolidada y escasa aceptación del humanismo—, el auge del gótico final y la fuerza de la tradición mudéjar impidieron la implantación del renacimiento italiano. Tan sólo se introdujeron ciertos elementos ornamentales, que podían incorporarse sin dificultad a edificios de tipología gótica.
El término plateresco fue acuñado en el siglo XVII por el escritor español Ortiz de Zúñiga al comparar la minuciosa decoración de este periodo con el oficio de los plateros y orfebres. Sus elementos característicos son las formas ornamentales de candelieri, grutescos, cresterías, bucráneos y putti (cupidos), las
columnas abalaustradas rematadas con capiteles corintios o compuestos decorados de modo fantástico, los arcos de medio punto y también los carpaneles de tradición gótica, los medallones con cabezas clásicas en las enjutas de los arcos, las pilastras y los paramentos almohadillados.
Entre los ejemplos más destacados cabe señalar el patio del hospital de la Santa Cruz (Toledo), obra de Alonso de Covarrubias, y la Universidad de Alcalá de Henares (1514-1553, en Madrid). En Castilla sobresale la ciudad de Salamanca, con numerosas e importantes obras platerescas como la fachada de la Universidad (1514-1529), el patio del colegio de los Irlandeses, el palacio de Monterrey (1539-1566) del arquitecto
Rodrigo Gil de Hontañón y la fachada del convento de San Esteban (1530-1537), obra de Juan de Álava. Este último también realizó la fachada de la catedral de Plasencia (Cáceres). En Andalucía merece una atención especial el ayuntamiento de Sevilla, obra, entre otros, de Diego de Riaño.

La Armada Invencible.



La armada Invencible, escuadra española formada por Felipe II para la invasión de Inglaterra. La reina británica Isabel I mantuvo siempre una postura contraria a España y de apoyo a los focos conflictivos que surgían en Europa. En 1585, la reina, que había favorecido a los rebeldes de los Países Bajos, firmó con ellos un tratado en el que se comprometía a prestarles ayuda militar a cambio de la presencia de sus tropas en Brill y Flesinga. En ese mismo año el corso se recrudeció y, en mayo, Felipe II ordenó la captura de todas las naves inglesas ancladas en puertos españoles. En septiembre, Francis Drake inició una campaña de ataque sistemático a las colonias del área del Caribe, poniendo en entredicho el sistema defensivo español en el Atlántico.
CREACIÓN DE LA ARMADA
Para entonces el rey de España había recibido ya la propuesta de Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, de preparar una expedición naval contra Inglaterra, que solventase, a la vez, el problema del control del océano y la revuelta de los Países Bajos. Había consultado también a Alejandro Farnesio, que se había mostrado, aunque cauto, de acuerdo con el proyecto.
En los meses siguientes, la idea de la invasión de la isla tomó cuerpo. Santa Cruz y Farnesio enviaron al monarca sus planes respectivos para la campaña, que resaltaban, sobre todo el del segundo, la necesidad de una gran armada que neutralizara el poder de la inglesa y asegurara el traslado de los tercios de Flandes a Inglaterra. La falta de un puerto con calado suficiente para que atracaran los galeones inclinó a Felipe II hacía la posibilidad de que éstos realizaran la travesía del canal de la Mancha en barcazas, escoltados por la escuadra.
En la década de 1580 los ingresos de la Corona procedentes de las Indias fueron ingentes; estos recursos, junto con los que provenían de la Iglesia y de la fiscalidad castellana, hicieron posible la construcción de algunas embarcaciones y el avituallamiento de una poderosa flota.
Farnesio había fijado la fecha de la invasión para octubre de 1586, pero entonces, los 130 buques y los cerca de 30.000 hombres que compusieron 'La Invencible' no estaban listos, a pesar de que los astilleros aceleraron su actividad y se hicieron toda clase de esfuerzos, económicos y políticos para activar el aprovisionamiento. La ejecución de María Estuardo, en febrero de 1587, precipitó el plan de invasión.
La Gran Armada debía haber sido mandada por Santa Cruz, un ilustre marino, cuya carrera se había consolidado desde Lepanto hasta el combate de las Azores; pero murió y fue sustituido por Alonso Pérez de Guzmán, séptimo duque de Medinasidonia, capitán general de Andalucía y experto administrador en temas militares y navales, pero sin conocimiento alguno del mar y mucho menos de la guerra naval. El 20 de mayo de 1588 la Armada Invencible salió de Lisboa, bordeando con dificultades la costa hasta La Coruña, donde se pertrechó de agua y alimentos. Hasta el 21 de julio no abandonó este puerto, para entrar, una semana después, en el canal de la Mancha.
El primer enfrentamiento serio con los ingleses ocurrió a la altura de Calais. Poco más tarde, frente a Gravelinas, la flota británica dispersó a las naves españolas. Los vientos impulsaron hacia el Norte a los restos de la escuadra, que, ante la imposibilidad de volver al Canal y acudir al encuentro de Farnesio, optó por un largo y duro regreso rodeando las islas Británicas. Nuevas tormentas, a la altura de Irlanda, remataron el desastre. Aún así algo más del 50% de las embarcaciones (67) logró llegar al puerto de Santander.
La derrota de la Invencible se debió a una serie de factores. Indudablemente, Felipe II calculó mal las posibilidades de invasión de Inglaterra y el apoyo de los católicos ingleses; hubo además una falta de coordinación con la infantería flamenca pero, en lo fundamental, se trató de dos conceptos diferentes de guerra naval. España optó por enviar poderosos galeones equipados con artillería pesada de corto alcance, con la intención de dañar la capacidad marinera de los barcos ingleses y abrir la posibilidad de abordaje. Inglaterra apostó por artillería de largo alcance, con lo que sus buques pudieron mantenerse a distancia de los españoles; su mayor movilidad les permitió huir del enfrentamiento.
España no tuvo pérdidas materiales importantes. En pocos años reconstruyó su potencia naval. Las consecuencias políticas y psicológicas fueron más amplias: la Europa protestante consideró, desde entonces, que el poder español había sido doblegado.

El Greco.



Tanto la vida como la persona del Greco, hasta hace poco han sido un misterio. Y aún ahora desconocemos casi por completo la vida de este extraño personaje, griego de origen, que ha sido uno de los más grandes pintores de la historia del arte español. Las investigaciones en los archivos de Toledo y de Venecia han ido arrojando luz sobre estos temas.La fecha de su nacimiento nos la proporcionó él mismo en 1606, durante un proceso en Illescas (Toledo), en el que confiesa tener 65 años. Doménikos Theotokópoulos nació, pues, en Candia, capital de la isla de Creta, a finales de 1540 principios de 1541, donde recibiría su primera formación como pintor y alcanzando título de maestro.Se sabe que muchos pintores de Candia estaban organizados en una Cofradía colocada bajo la advocación de San Lucas (Roma) y que el proceso de aprendizaje estaba regulado de manera que los aprendices entraban en los talleres a los 14 o 15 años y no podían conseguir el título de maestro hasta los 20. Pues bien: en una de aquellas escuelas de humanidades y en uno de estos talleres candiotas debió formarse Doménikos. Y esto si es que no recibió una formación integral en el propio taller.Aún así, el problema de la formación inicial del pintor presenta aún grandes sombras. Hoy sabemos que en la pintura cretense del siglo XVI existía una doble dirección. Había una rama tradicional, fiel a los modos bizantinos heredados de la época de los Paleólogos, y otra "moderna", ecléctica, en cuyo desarrollo jugó un gran papel el comercio de estampas y en la que se mezclaban elementos de raigambre bizantina con otros italianos (estos últimos, sobre todo, de índole compositiva e iconográfica). Por otro lado, está documentada la existencia de pintores que trabajaban, según los casos, en una u otra manera, practicando lo que se ha denominado un "bilingüismo". El dato de que el cuadro vendido por El Greco en 1566 mediante el sistema de lotería era dorato (esto es, hecho "a la griega") hace presumible que El Greco -que ya firmaba como "maistro" en 1566- debió ser adiestrado en las dos maneras usadas en la isla. Es decir: que también él fue en su extrema juventud un pintor "bilingüe". Y también parece acertada la idea de que el taller al que asistió debió ser uno de los más avanzados.Por otra parte, su nombre también ha sufrido varias transformaciones, desde el auténtico Domenikos Thotokopoulos (hijo de Dios) hasta el españolizado Doménico Theotocópuli o simplemente Doménico Greco, debido tal vez a la dificultad de su nombre.Pero entre diciembre de 1566 y agosto de 1568, lo más probablemente a lo largo de 1567 y quizás antes de julio, El Greco abandonaría Creta para instalarse durante unos tres años en Venecia.
El Greco en Venecia
En fecha aún desconocida pero situada con toda seguridad entre enero de 1567 y agosto de 1568, El Greco se traslada a Venecia para convertirse en un pintor occidental. No sabemos cómo realizó el viaje ni cuáles eran los apoyos con que contaba en la ciudad, aunque cabe suponer que estos estarían entre el círculo de relaciones de su hermano Manussos -diez años mayor que él y que gozaba de un buen "status" siendo recaudador de impuestos-, o pertenecerían a la colonia de artistas cretenses que trabajaban allí.No tenemos ningún dato seguro de la estancia del Greco en Venecia (salvo, obviamente, que su presencia está documentada allí en agosto de 1568). Una serie de testimonios contemporáneos sugieren que estuvo en el taller de Tiziano.
En las obras del Greco se aprecian elementos de neta estirpe tizianesca, pero también otros que proceden de Tintoretto, de Bassano e incluso de Veronés. A este propósito no deja de ser significativo que buena parte de estos cuadros estuviesen hasta la segunda mitad del siglo pasado atribuidos a Tintoretto (el Retrato de Giovanni Battista Porta o La huída a Egipto) a Veronés (La expulsión de los mercaderes de Minneapolis y La curación del ciego de Parma (arriba)) o alguno a Bassano (El Soplón de Nápoles, La adoración de los pastores del Duque de Buccleuch y la Curación del ciego de Dresde (abajo)). No ha de extrañar, por tanto, que muchos críticos hayan puesto en cuestión el aprendizaje del cretense junto a Tiziano.
Tal vez El Greco obtuvo del Tiziano la promesa de consejos ocasionales y el permiso para asistir al taller o para copiar alguna obra. Pero es difícil creer en una relación prolongada y firme entre ambos. De hecho El Greco no se comportó durante el tiempo que permaneción en Venecia como el discípulo leal de un solo maestro. Llegó allí en un momento de esplendor pictórico, con Tiziano viviendo una gloriosa senectud y Tintoretto, Veronés, Bassano y Schiavone en plena expansión vital. Y ante este panorama y como un pintor ya formado, reaccionó con independencia de juicio recogiendo, eclécticamente, de cada uno aquello que convenía a su propia naturaleza expresiva. En sus obras se harían innegables las enseñanzas técnicas de Tiziano pero también la profundidad del color y el sentido escenográfico del Veronés, la actitud ante la naturaleza o el interés por los problemas lumínicos artificiales de Jacopo Bassano y, sobre todo, la inquietud espirutual, el dramatismo, el gusto por los escorzos y las actitudes contrapuestas y algo del sentimiento especial de Tintoretto.
El Greco en Roma
En el verano o el otoño de 1570 Doménikos abandonó Venecia para dirigirse a Roma. No conocemos sus razones. Como se ha señalado con frecuencia, en Venecia la competencia era demasiado fuerte como para aspirar a abrirse camino con rapidez. Pudo pensar que en Roma, donde tras la desaparición de Miguel Angel en 1564 no quedaba nadie que pudiera codearse con los grandes pintores venecianos, había mejores expectativas, pero ello parece improbable. El era aún un pintor en proceso de formación, totalmente desconocido y además educado en los principios venecianos de primacía del color sobre el dibujo. Y aunque el sentimiento de su propio valer parece haber sido siempre muy elevado, debía ser consciente de que ésas no eran precisamente las mejores cartas de presentación en una Roma donde los seguidores de Miguel Angel dominaban el panorama artístico y acaparaban los encargos. Es muy posible, por tanto, que la estancia romana fuese concebida en principio únicamente como una etapa más, la final, dentro de su proceso de conocimiento y asimilación de los modos renacentistas.Se sabe que estuvo en Parma donde pintó la cúpula de la Catedral, la Magdalena de La Virgen con el Niño, San Jerónimo y María Magdalena de Correggio, que hasta 1712 estuvo en su emplazamiento original, la iglesia de San Antonio.En cuanto a su estancia en Roma, El Greco vivió en palacio trabajando al servicio del Cardenal Farnesio, seguramente por recomendación de Giulio Clovio, miniaturista croata nacido en 1498 que trabajaba en Roma al servicio de los Farnesio.Dos cuadros del Greco, El soplón del Museo de Capodimonte y La curación del ciego de Dresde, pertenecieron a la colección Farnese, y en el inventario de la de Fulvio
Orsini, bibliotecario del Cardenal, se registran otros siete: una Vista del Monte Sinaí (que debe ser la que hoy se halla en Viena), el Retrato de Giulio Clovio (arriba) del Museo de Nápoles, y cinco más hoy desaparecidos. Y esto, unido a la vaga alusión a un "pittore greco" que se hallaba al servicio del Cardenal en 1572 (contenida en una carta enviada el 18 de julio de ese año por Ludovico Tedeschi, mayordomo de los Farnesio, a su señor) parece certificar, aunque sea de modo indirecto, la presencia de Theotocopuli en el palacio al menos durante dos años.Bajo la protección del Cardenal Alessandro, El Greco accedió a un círculo selecto de eruditos, literatos y artistas, que debió colmar inicialmente todas sus espectativas. Sin embargo éstas no se cumplirían sino a medias ya que, por lo que sabemos, los Farnesio no llegaron a ofrecerle la posibilidad de explayar sus dotes mediante la realización de algún gran encargo. Los dos cuadros que pintó para ellos, El Soplón de Nápoles y La curación del ciego de Parma, aunque muy importantes para seguir su trayectoria, son obras de formato bastante reducido y fueron realizadas muy probablemente por sugerencia de Fulvio Orsini. Por otra parte no deja de ser significativo que no fuese utilizado para retratar a los miembros de la familia cuando éste era un género de cuyo dominio se vanagloriaba.Es probable que durante su estancia en palacio su "status" no sobrepasara el de un simple ayudante de Giulio Clovio en sus tareas de miniaturista.Hacia 1575 El Greco tenía bastantes razones para intentar la aventura española. La primera, seguramente, era la de su propia situación personal en Roma, la de un pintor ya maduro y, con toda seguridad, orgulloso de su propio valer, que sin embargo no lograba abrirse camino. Y este hecho, unido a su incapacidad para abrirse paso en los medios de la Curia y quizá la enemiga de los sectores de Miguel Angel, pudo persuadirle de que Roma se había cerrado para él. Al menos, la parte de Roma que a él le interesaba primordialmente.
El Greco en España
No se sabe la fecha exacta en que El Greco llegó a España ni quién lo trajo. Sólo se afirma que su viaje a España no estuvo motivado por ningún asunto de índole privada, y hay quienes piensan que debió originarse por el deseo de encontrar remuneración digna de sus aspiraciones en las obras de El Escorial, que por el año 1575 se impulsaron con febril actividad.Nuestro pintor ya había dejado en Venecia a Tiziano ocupado en concluir sus últimos cuadros para el monarca español, Felipe II, y había hallado a Clovio en Roma pintando miniaturas encargadas por el mismo rey. La atmósfera era, pues, propicia para que El Greco se acercase a la corte española. Fuera esto o que, directamente de Roma fuera traído por el deán de Toledo don Diego de Castilla, cofundador de la nueva iglesia de Santo Domingo el Antiguo, lo único cierto es que las primeras y más antiguas noticias de su estancia en España consisten en la fecha del 2 de julio de 1577, en que El
Greco recibe 400 reales a cuenta del Expolio (arriba), para la Catedral de Toledo. En esta ciudad trabajaba ya para la iglesia de Santo Domingo el Antiguo, cuya Asunción lleva, con la firma, la fecha de 1577 (la fecha de este último contrato es del 8 de agosto del mismo año).Algunos investigadores afirman que vivió en Madrid alguna temporada, aunque no se ha encontrado prueba documental de ello, por lo que se acuerda que desde entonces vivió en Toledo para cuyas cercanías -Madrid, El Escorial, Illescas,...- pintó sus grandes obras.En el pueblo toledano, Doménicos se ubicaría, aunque no todo el tiempo, en las casas principales del marqués de Villena, que ya no existen y que ocupaban, en general, todo lo que es hoy el paseo del Tránsito. Estas eran en realidad un viejo palacio gótico-mudejar construído en el siglo XIV y que, en el siglo siguiente pasaron a ser propiedad de los Marqueses de Villena que las conservaban, sin habitarlas, en época del Greco. La que se conoce hoy por Casa del Greco, reconstruída y convertida en Museo por el Marqués de la Vega Inclán a comienzo de nuestro siglo. El Greco comenzó a vivir en estas casas en agosto de 1585 y permaneció allí al menos hasta 1589. Después, en fecha desconocida, se mudó a unas casas propiedad de don Juan Suárez de Toledo en las que también debió de residir unos años. Pero en 1604 volvió a las casas del marqués de Villena y ya no las abandonaría jamás.Fruto de su relación con Jerónima de las Cuevas, de familia bastante relevante, nació su hijo Jorge Manuel, su más fiel ayudante y aprendiz. Pero la existencia de Jerónima es conocida solamente a través del poder que el pintor dio a su hijo en 1614 para que realizase testamento en su nombre. En él, Doménico consignaba que por su enfermedad no podía "... hazer ni otorgar ni hordenar mi testamento" y afirmaba que "...tengo tratado e comunicado con Jorge Manuel Theotocopuli mi hijo y de Doña Gerónima de las Cuevas, que es persona de confianza y de buena conciencia lo que cerca de ello se a de hazer". No ha vuelto a encontrarse ni una sola referencia más a doña Jerónima, por lo que su personalidad y la naturaleza de sus relaciones con el pintor son un enigma. Sin embargo es seguro que El Greco no se casó con ella.Toledo le dió la fama y consolidó al artista. En 1580 Felipe II le encargaría el Martirio de San Mauricio para una capilla del monasterio de El Escorial. Poco después, en octubre de 1584, Andrés Núñez, párroco de la iglesia de Santo Tomé en Toledo, recibiría la aprobación de la curia para el encargo del Entierro del conde Orgaz. Es la recompensa y el éxito del artista, que se ve saturado de trabajo y de encargos.En 1591 llegaría a Toledo su hermano Manusso, que se quedaría a vivir con él hasta su muerte. En este mismo año El Greco se compromete con la iglesia de Talavera la Vieja.
Sus últimos años de vida
El año 1607 marcó un punto de inflexión en la vida del Greco. En ese año el pintor acabó por plegarse en el largo litigio que le había enfrentado con los administradores del Hospital de la Caridad de Illescas, Tristán abandonó el taller y Preboste salió inopinadamente de su vida, ambos dos amigos y discípulos.El Greco recibiría aún dos grandes encargos en 1608 -el retablo para la Capilla Iballe en la Iglesia de San Vicente y el mayor y dos laterales para la iglesia del Hospital de Afuera- pero todo hace suponer que ya la edad y los achaques le impedían mantener su anterior capacidad de trabajo. Sus facultades se mantendrían intactas hasta el final: los retratos de estos años y cuadros como la Asunción de la Capilla Oballe (entregada en 1613) o el Laocoonte, son claros testimonios de una gloriosa vejez. Pero el gran número de obras dejadas sin terminar (entre ellas, algunas tan importantes como las del Hospital de Afuera) y la cada vez más patente intervención de su hijo Jorge Manuel en lienzos en los que en cierto modo se jugaba su prestigio, demuestran que Doménico era incapaz de un trabajo continuado.
Ya en estos sus últimos años, decoraría la Capilla Oballe, el Hospital de Tavera, y pintaría su Laocoonte (arriba), La Vista, el Plano de Toledo, algunos cuadros de devoción como La expulsión de los mercaderes del templo, y algunos retratos (Licenciado Jerónimo Cevallos, Retrato del Cardenal de Tavera, de Fray Hortensio Felix de Paravicino, o el de Giacomo Bosio).El Greco murió, con 73 años de edad, el 7 de abril de 1614. Día antes, sintiéndose ya tocado por la muerte, había otorgado un poder (equivalente a un testamento) para que Jorge Manuel testase en su nombre. En él dejaba a su hijo como heredero universal y nombraba como albaceas al propio Jorge Manuel, a don Luis de Castilla y a fray Domingo Banegas, un dominico del monasterio de San Pedro Mártir. Y siguiendo las fórmulas habituales en los testamentos, aludió a la gravedad de su estado e hizo fervientes protestas de su fe católica y de su fidelidad a los mandatos de la iglesia. Según se dice en el testamento que redactó su hijo casi dos años después, el 20 de enero de 1616, el cretense fue "metido en un ataud y depositado en una bóveda de la iglesia del monasterio de Santo Domingo". Esta bóveda, frontera a la Capilla de los Gomaras, había sido cedida en 1612 a Jorge Manuel y su padre por el pago de 32.600 reales. Sin embargo, en 1618 y ya muerto don Luis de Castilla (que como patrón del convento lo habría evitado), las monjas de Santo Domingo obligaron a Jorge Manuel a renunciar a la sepultura que le habían cedido en 1612 "para siempre jamás" y quedó en Toledo la fama del traslado que nunca se hizo de los restos de su padre a nuevo enterramiento familiar que construyó en la iglesia de San Torcuato. Después, esta iglesia desaparecería.Los restos del Greco se encuentran hoy en la iglesia de Santo Domingo el Antiguo donde descansan al auspicio de las monjas.

San Ignacio de Loyola


San Ignacio de Loyola
(Íñigo López de Recalde) Fundador de la Compañía de Jesús (Loyola, Guipúzcoa, 1491 - Roma, 1556). Su primera dedicación fueron las armas, siguiendo la tradición familiar. Pero, tras resultar gravemente herido en la defensa de Pamplona contra los franceses (1521), cambió por completo de orientación: la lectura de libros piadosos durante su convalecencia le decidió a consagrarse a la religión.
Se retiró inicialmente a hacer penitencia y oración en Montserrat y Manresa, donde empezó a elaborar el método ascético de los Ejercicios espirituales (1522). Luego peregrinó a los Santos Lugares de Palestina (1523). De regreso a España comenzó a estudiar (ya con 33 años) para poder afrontar mejor su proyecto de apostolado, en las universidades de Alcalá de Henares, Salamanca y París.
Las primeras actividades de San Ignacio de Loyola difundiendo el método de los ejercicios espirituales le hicieron sospechoso de heterodoxia (asimilado a los «alumbrados» o a los seguidores de Erasmo): en Castilla fue procesado, se le prohibió la predicación (1524) y hubo de interrumpir sus estudios.

jueves, 29 de mayo de 2008

Fotos del arte renacentista.
















Villalar.




La Batalla de Villalar es la también conocida Batalla de la Guerra de las Comunidades entre las fuerzas imperiales de Carlos I y las de la Junta Comunera capitaneadas por Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado, ocurrida el 23 de abril de 1521 en la localidad de Villalar (hoy Villalar de los Comuneros provincia de Valladolid, España).
La batalla fue ganada por las fuerzas imperiales y puso fin a la Guerra de las Comunidades en el norte de
Castilla, donde fueron decapitados el día 24 de abril los tres capitanes comuneros.
El recuerdo a la Batalla de Villalar se ha elegido el 23 de abril para celebrar el
Día de Castilla
Los días previos
El ejército comunero se encontraba acuartelado en la localidad
vallisoletana de Torrelobatón, tras haberla tomado en el mes de febrero de 1521. Juan de Padilla, mantenía a sus hombres dentro del castillo a la espera de poder partir hacia Valladolid o Toro.
Mientras
Padilla retenía a sus hombres en la fortaleza, el ejército de Carlos V se instalaba en Peñaflor de Hornija, esperando movimientos del ejército comunero.
A la batalla acudieron tropas mandadas por el
Condestable de Castilla, entre las cuales figuraban las alistadas en el repartimiento efectuado por el Ayuntamiento de Burgos.

El 23 de abril
El ejército comunero salió el
23 de abril de 1521 de madrugada hacia Toro, ciudad levantada en comunidad. Era un día de lluvia, el menos propicio para hacer un desplazamiento militar. Los soldados del ejército comunero habían presionado horas antes a Padilla para que realizara algún movimiento en la zona. Éste, decidió partir hacia Toro en busca de refuerzos y aprovisionamiento. El ejército fue recorriendo el camino hacia Toro, cuando, a la altura de Vega de Valdetronco, la batalla ya era inevitable. La lluvia seguía cayendo con fuerza, y Padilla se vio obligado a buscar un lugar propicio donde realizar la batalla.
La primera localidad elegida fue Vega de Valdetronco, pero el ejército no atendía a las órdenes que él le daba. La siguiente localidad en el camino hacia Toro, pasada Vega de Valdetronco, era
Villalar y aquel era el lugar donde se desarrollaría la batalla.
La batalla
El ejército comunero, en clara inferioridad respecto a las tropas de
Carlos V, buscó que el desarrollo de la batalla se produjera dentro del pueblo. Para ello, instalaron los cañones y demás piezas de artillería en las calles del mismo.
Muchos de los combatientes aprovecharon la incertidumbre inicial para huir a sus localidades de origen u otras cercanas a
Villalar.
La contienda fue toda una masacre, y al anochecer en el pueblo, tan solo se oía el gritar de comuneros heridos que yacían en los campos mientras eran rematados. Los tres capitanes comuneros,
Padilla, Bravo y Maldonado, fueron apresados con vida, recluidos, y puestos en espera de ser juzgados.
Consecuencias
"Los Comuneros Padilla, Bravo y Maldonado en el Patíbulo", de Antonio Gisbert, 1860. Fondos del Congreso de los Diputados.
Los soldados del ejército comunero que lograron huir, lo hicieron en su mayoría a
Toro y una parte del maltrecho ejército pasó a Portugal por la frontera de Fermoselle. El resto se reunió con Acuña en Toledo, reforzando la resistencia de la ciudad del Tajo varios meses más. La batalla se saldó finalmente con la muerte de un número de 500 a 1.000 soldados comuneros y la captura de otros 6.000, que fueron hechos prisioneros.

Amadis de Gaula.




Amadís de Gaula, la novela caballeresca más importante de Europa, basada en la vida de un caballero cuyo nombre era Amadís, que realizó en forma sucesiva gran cantidad de aventuras para lograr el amor de una hermosa dama llamada Oriana. La obra comienza con la narración de los orígenes del protagonista. Iniciándose con la presentación del Rey Perión de Gaula que en busca de aventuras penetra a un bosque en Bretaña, por medio de lo cual llega a conocer a quien posteriormente le dio un hijo, una mujer, una princesa que se avergonzó de sus amores con el rey, ya que estos habían sido a escondidas, frustrada y desconsolada que decidió encerrarse durante su embarazo, y al momento del nacimiento de su hijo lo coloca en un arca con la única identificación de una cinta con el nombre de Amadís, y fue lanzado al mar; este fue rescatado por un caballero de Gandales, quien le brindo todos los cuidados necesarios, criándolo como a su propio hijo. Y entonces por medio de dicho buen caballero, es presentado en la corte de Escocia, en donde conoce a la bella Oriana, surgiendo así el motivo por el cual Amadís realiza todas sus hazañas, “El amor hacia su doncella”. Durante la vida de este caballero, fueron muchas las aventuras que vivió, las peleas y las batallas por las que tuvo que pasar. Incluso con sus propios hermanos, cabe destacar que eso sucedía sin que ambos conociesen su parentesco, esto se refiere al caso con su hermano Galaor que resulto secuestrado y dado al cuido de un ermitaño y es por ello que no conocían sus orígenes por lo cual fueron capaces de combatir a duelo. Es luego de tantas aventuras que vuelve a que su padre y es reconocido como hijo de Perión y Elisena, gracias a que su madre lo identifico con un anillo y una espada al momento que lo abandonó. Entre sus aventurezcas hazañas, tuvo que rescatar a su amada y apreciada Oriana de las maléficas manos de su peor enemigo Arcalaus quien además de secuestrar a su amada intento destronar al Rey Lisuarte, aprovechando la ausencia de Amadís. Continúan las aventuras de Amadís, buscando la justicia, ayudando a la Reina Briolanja quien fue despojada de su Reino por Abiseos. Logrando el caballero vencer al impostor y además devolviendo el trono a la Reina. Es tanto el amor que Amadís le tiene a Oriana que fue capaz de rechazar a toda mujer que de el se enamorara, entre ellas Briolanja. Oriana a pesar de que su amado rechazaba a cualquier otra mujer, llena de celos y mal informada, le escribe una carta a Amadís en donde le quitaba su amor. Amadís desconsolado abandona la caballería, pero solo hasta que es perdonado por su amor, y se casaron en secreto. Es aquí donde se puede apreciar con claridad lo que el autor resalta como principal motivo que empujaba al caballero a actuar, el amor que sentía hacia Oriana. La obra culmina con el episodio de Esplandian, hijo que producto de los amores en secreto de Oriana y Amadís, deciden entregar a una ermitaña para que lo criara y viera de el. Después de algunas aventuras por parte del protagonista, este descubre que a su amada esposa secreta la iban a casar con el Emperador de Roma, y para evitarlo vence a su rival, rescatando a Oriana y confirmando a la luz pública su matrimonio dando asi la trascendencia que tal situación le porporciona. Terminando así el relato de las hazañas de un gran caballero, movido por su corazón es “Amadís de Gaula”.

Pícaro.


La novela picaresca nació como parodia de las demasiado idealizadoras narraciones del Renacimiento: epopeyas, libros de caballerías, novela sentimental, novela pastoril... El fuerte contraste con la realidad social generó como respuesta irónica antinovelas de carácter antiheroico protagonizadas por anticaballeros que amaban a antidamas en países que, como España, mostraban lo bruto y lo sórdido de la realidad social de los hidalgos empobrecidos, los miserables desheredados y los conversos marginados frente a los caballeros y los indianos enriquecidos que vivían en otra realidad que era observada solamente por encima de sus cuellos engolados.
Por otra parte, la novela picaresca es según Herrero García,
Un producto pseudoascético, hijo de las circunstancias peculiares del espíritu español, que hace de las confesiones autobiográficas de pecadores escarmentados un instrumento de corrección.
En España el género sacaba la sustancia moral, social y religiosa del contraste cotidiano entre dos estamentos, el de los nobles y el de los siervos. Durante el siglo XVII comienza a vulgarizarse y degradarse la hidalguía y Don Quijote o el hidalgo pobre que se hace servir por el Lazarillo son ilustraciones de este fenómeno en la literatura española, que tienen también correlato en el mundo farsesco reflejado por el género teatral del
entremés. El humilde guitón, bigardo o pícaro de cocina como tal es un anticaballero errante en una «epopeya del hambre» a través de un mundo crapuloso, donde sólo se sobrevive gracias a la estafa y el engaño y donde toda expectativa de ascenso social es una ilusión; los vagabundeos de un Pablos o de un Guzmán constituyen el contrapunto irónico a los de los valientes caballeros. El Lazarillo de Tormes (1554) es el comienzo de una crítica de los valores dominantes de la honra y de la hipocresía que hallará su culminación y configuración canónica con la Primera parte de Guzmán de Alfarache (1599), de Mateo Alemán.

Cubierta de una de las ediciones de 1554 del Lazarillo de Tormes
Las características de este género son las siguientes:
1. El protagonista es un
pícaro, de muy bajo rango social o estamento y descendiente de padres sin honra o abiertamente marginados o delincuentes. Perfilándose como un antihéroe, el pícaro resulta un contrapunto al ideal caballeresco. Su aspiración es mejorar de condición social, pero para ello recurre a su astucia y a procedimientos ilegítimos como el engaño y la estafa. Vive al margen de los códigos de honra propios de las clases altas de la sociedad de su época y su libertad es su gran bien, pero también tiene frecuente mala conciencia.
2. Estructura de falsa autobiografía. La novela picaresca está narrada en primera persona como si el
protagonista, un pecador arrepentido y antihéroe, fuera el autor y narrara sus propias aventuras con la intención de moralizar, empezando por su genealogía, antagónica a lo que se supone es la estirpe de un caballero. El pícaro aparece en la novela desde una doble perspectiva: como autor y como actor. Como autor se sitúa en un tiempo presente que mira hacia su pasado y narra una acción cuyo desenlace conoce de antemano.
3. Determinismo: aunque el pícaro intenta mejorar de condición social, fracasa siempre y siempre será un pícaro. Por eso la estructura de la novela picaresca es siempre abierta. Las aventuras que se narran podrían continuarse indefinidamente, porque no hay evolución posible que cambie la historia.
4. Ideología moralizante y pesimista. Cada novela picaresca está narrada desde una perspectiva final de desengaño; vendría a ser un gran «ejemplo» de conducta aberrante que, sistemáticamente, resulta castigada. La picaresca está muy influida por la
retórica sacra de la época, basada en muchos casos, en la predicación de «ejemplos», en los que se narra la conducta descarriada de un individuo que, finalmente, es castigado o se arrepiente.
5. Intención satírica y estructura itinerante. La sociedad es criticada en todas sus capas, a través de las cuales deambula el protagonista en una estructura itinerante en la que se pone al servicio cada vez de un elemento representativo de cada una. De ese modo el pícaro asiste como espectador privilegiado a la hipocresía que representa cada uno de sus poderosos dueños, a los que critica desde su condición de desheredado porque no dan ejemplo de lo que deben ser.
6.
Realismo, incluso naturalismo al describir algunos de los aspectos más desagradables de la realidad, que nunca se presentará como idealizada sino como burla o desengaño.
Trayectoria del género.
El elemento picaresco ha sido una constante en la literatura universal. Aparece en el Satyricon de
Petronio Árbitro, en El asno de oro de Lucio Apuleyo y en otras obras clásicas, pero también en la Edad Media a través de la literatura goliardesca uno de cuyos representantes hispánicos es Juan Ruiz, arcipreste de Hita, y su Libro de Buen Amor; en las maqamat árabes configuradas como género a fines del siglo X por el persa Al Hamadani; en los fabliaux franceses; en la novela en verso Espill (Espejo, 1460), del valenciano Jaume Roig; en las aventuras folclóricas del astuto campesino medieval Till Eulenspiegel recopiladas por primera vez en 1515 en una antología alemana, probablemente basada en un original más antiguo de la Baja Sajonia; en Giovanni Boccaccio y en el Arcipreste de Talavera Alfonso Martínez de Toledo, en La Celestina de Fernando de Rojas y sobre todo sus continuaciones, entre las que destaca la de Feliciano de Silva; en las autobiografías y biografías de criminales estudiadas por Parker, en La lozana andaluza de Francisco Delicado, etc.

Felipe II.


La personalidad del Rey Prudente definirá la historia europea de la segunda mitad del siglo XVI. Su nacimiento en Valladolid el 21 de mayo de 1527 llenará de gozo a sus padres, el emperador Carlos V y doña Isabel de Portugal. Las fiestas que se celebraron a continuación quedaron interrumpidas cuando llegó la noticia de un hecho que crispó a la Cristiandad: el saqueo de Roma por las tropas imperiales. Carlos se vistió de luto y los festivales, torneos y justas quedaron suspendidos. El pequeño Felipe será jurado como heredero de la corona de Castilla el 10 de mayo de 1529 en el madrileño convento de San Jerónimo. La educación del príncipe quedará en manos de doña Isabel debido a los continuos viajes del emperador. En 1534 don Juan Martínez Siliceo será nombrado su tutor para que "le enseñase a leer y escribir". Al año siguiente el príncipe tenía casa propia y don Juan de Zúñiga era designado su ayo. Siliceo y Zúñiga diseñarán la educación del muchacho. Como bien dice Henry Kamen: "Como alumno, el Príncipe no era ni un modelo ni, mucho menos, sobresaliente. Su manejo del latín siempre fue regular, su estilo literario, en el mejor de los casos, mediocre, y su caligrafía siempre generalmente deficiente. Educado como un humanista, nunca llegó a serlo". Las relaciones de don Felipe con su madre fueron muy estrechas por lo que el fallecimiento de doña Isabel en 1539 supuso un golpe muy duro para el pequeño príncipe. Ese mismo año inicia sus tareas políticas ya que queda como regente del Reino ante la marcha de su padre hacia la ciudad de Gante. Felipe tenía doce años y recibió la estrecha colaboración de un Consejo de Regencia, integrado por don Francisco de los Cobos, el cardenal Tavera y el duque de Alba, familiarizándose con los asuntos de Estado. Su primer matrimonio se producirá el 15 de noviembre de 1543. La elegida será su prima María Manuela de Portugal. La duración de enlace será apenas de un año ya que la esposa falleció tras el parto del príncipe Carlos, el 12 de julio de 1545. El mismo año de su matrimonio Felipe volvió a quedar como regente de Castilla. Seguía asesorado por un consejo y las últimas decisiones estaban en manos del emperador, pero Felipe iba recogiendo la necesaria experiencia. El año 1554 será el de su segunda boda. La nueva esposa será la reina de Inglaterra, María Tudor, ya que a Carlos V le interesaba especialmente la alianza inglesa. Felipe recibe el título de rey de Nápoles y duque de Milán, trasladándose a Londres para celebrar su boda, el 25 de julio de 1554. El propio príncipe consideró siempre su enlace como una cuestión de Estado y permaneció largo tiempo en tierras inglesas. Asuntos de Estado le llevaron a Flandes, donde el 25 de octubre de 1555 recibía de su padre la soberanía de los Países Bajos. El trato con los holandeses y alemanes fue muy estrecho, convirtiéndose en un monarca querido por sus súbditos. Al año siguiente Carlos abdicaba en su hijo las coronas de Castilla y Aragón, lo que hacía a Felipe el dueño del Imperio más importante de su tiempo. Su tío Fernando recibía el Imperio Alemán y los estados patrimoniales de los Habsburgo, familia que se dividía en dos ramas: la austriaca y la española. En marzo de 1557 regresaba a Inglaterra convertido en rey de España y pasa algunos meses en compañía de su esposa, intentando engendrar el tan deseado hijo. En julio regresa a los Países Bajos para conseguir una de las mayores victorias militares de su reinado: la batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1557. El triunfo provocaba el fin de la guerra con Francia y la firma de un acuerdo de paz, el Tratado de Cateau-Cambresis, con el que se ponía fin a la disputa por el control de Italia, que quedaba en manos españolas. El tratado se sellaba con el matrimonio de Felipe con la joven Isabel de Valois -Felipe había enviudado por segunda vez en noviembre de 1558, sin conseguir el deseado heredero-. De este enlace nacerán las dos hijas con las que el monarca mantendrá una estrecha relación: Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela. A su llegada a España en 1559 inició una serie de cambios en la práctica y en la forma de gobierno, rompiendo de esta manera con la tradición medieval y otorgando un carácter innovador a la Corona, al tiempo que se fijaban las bases de la administración pública moderna. Fruto de estos cambios será el establecimiento de la corte permanente en Madrid (1561), la reforma de la audiencia de Sevilla (1556), o la creación del Consejo de Italia (1558) y de las audiencias de Charcas (1559), Quito (1563) y Chile (1567). La paz con Francia le permitiría poner en práctica una política mediterránea encaminada a frenar el expansionismo turco por el norte de África y en la zona occidental del "Mare Nostrum". Precisamente para poner fin a esta expansión se formó la Liga Santa junto a Roma, Venecia y Génova, consiguiendo la espectacular victoria en la Batalla de Lepanto (7 de octubre de 1571) dirigiendo las naves el hermano del monarca, don Juan de Austria. Don Juan había participado también con éxito en el aplastamiento de la revuelta de los moriscos granadinos en 1568. Ocho años después se producirá una segunda rebelión, llegando a solicitar ayuda a los turcos. Esta segunda tentativa tendrá también una escasa incidencia y será sofocada. El freno al avance turco llegará por la vía diplomática a través de intermediarios. Felipe II conseguía cerrar un frente de lucha y poder centrarse en los conflictos atlánticos, especialmente la Guerra de los Países Bajos, prioridad en la política felipina desde que se produjo la primera rebelión en 1566, sofocada duramente con la intervención del duque de Alba y la ejecución de los condes de Horn y Egmont. La muerte de Isabel de Valois y el príncipe Carlos y la invasión del príncipe de Orange en los Países Bajos motivaría que el año 1568 esté considerado como el "annus horribilis" del reinado de Felipe. Quedaba viudo por tercera vez, sin heredero varón y con una guerra en ciernes en el norte de Europa. En 1570 volverá a contraer otra vez matrimonio -el cuarto- siendo la elegida su propia sobrina, doña Anna de Austria. El matrimonio tendrá 5 hijos, sobreviviendo sólo el heredero de la corona, el futuro Felipe III. Doña Anna fallecería en 1580 pero el rey ya no se volvería a casar, pasando sus últimos años viudo. En esta década de los 70 la corte madrileña vivirá momentos de tensión y rivalidades al enfrentarse de manera casi abierta las dos facciones que competían por el favor real. La encabezada por el duque de Alba y la liderada por el príncipe de Eboli -a su muerte será Antonio Pérez quien se convierte en el jefe de este grupo-. Entre 1576-1579 las rivalidades casi provocan un colapso administrativo. Estos enfrentamientos tuvieron su punto culminante en el asesinato de don Juan de Escobedo, secretario particular de don Juan de Austria, el 31 de marzo de 1578, involucrándose al propio monarca cuando el promotor del asesinato era Pérez. Mientras estas rivalidades se producían en la corte, en los Países Bajos la situación era cada vez más complicada. La política militarista del duque de Alba había dejado paso a una línea más dialogante establecida por don Luis de Requesens pero su fallecimiento en 1576 y el saqueo de Amberes por las tropas no favorecieron esta nueva línea política emprendida. Don Juan de Austria pudo conseguir finalizar el conflicto pero su muerte en Namur (1578) tampoco ayudó. Felipe apostó por la llegada del cardenal Granvela como secretario de Estado para resolver la crisis tanto política como financiera. De esta manera se daba paso a la segunda etapa del reinado caracterizada por el inicio del declive físico y moral del monarca. La anexión de Portugal en 1581 será la gran victoria de este momento -Felipe había sido nombrado rey de Portugal en 1580 por las cortes de Tomar tras el fallecimiento del cardenal don Enrique, regente del reino a la muerte de don Sebastián- pero la situación en Flandes estaba estancada a pesar de los éxitos iniciales de Alejandro Farnesio. La intervención de Isabel I de Inglaterra en el conflicto de los Países Bajos inclinará la balanza a favor de los rebeldes holandeses. La reacción del Rey Prudente será la organización de la Armada de Inglaterra con la que pretendía invadir la isla británica, contando con el embarque de las tropas de Farnesio. El desastre de la Armada en el año 1588 iniciará la etapa de declive tanto política como física del reinado de Felipe II. Esta tercera etapa vendrá marcada por la progresiva dejación de funciones del monarca ya que sus achaques y enfermedades le impedían controlar todos los asuntos como era de su agrado. Para colaborar con las decisiones del monarca se crea la Junta de Noche (1585) en la que participa el secretario Vázquez de Leca. Cinco años más tarde se organiza la Junta Grande, consejo cuyo objetivo primordial será hacer frente a la caótica situación económica pero que se convertirá en la verdadera encargada del gobierno de la Monarquía. Estos últimos años vendrán caracterizados en cuanto a la política exterior por la intervención en la política francesa a través de su apoyo a la Liga Católica. Los deseos de situar a su hija Isabel Clara Eugenia en el trono francés -era hija de Isabel de Valois- no se verán satisfechos al coronar a Enrique IV como monarca galo. El inicio de un conflicto en la zona norte de Francia, en el que participarían activamente las tropas de Alejandro Farnesio, diversificaría los frentes de lucha y permitirá la consolidación de la posición holandesa. La Paz de Vervins (1598) ponía fin a la lucha hispano-francesa y dejaba los Países Bajos en manos de Isabel Clara Eugenia, casada con el archiduque Alberto. A medida que va avanzando en edad, la salud de Felipe II se iba deteriorando y los ataques de gota se repetían con mayor frecuencia. Llegará un momento en que no pueda firmar debido a la artrosis de su mano derecha. A finales del mes de junio de 1598 Felipe sufrió unas fiebres tercianas que le postraron en la cama, sufriendo dolores tan intensos que no se le podía mover, tocar lavar o cambiar de ropa. A las cinco de la madrugada del domingo 13 de septiembre de 1598 fallecía Felipe II en el monasterio de El Escorial. Tenía 71 años y su agonía había durado 53 días.

martes, 20 de mayo de 2008

Leonardo Da Vinci


Nació en 1452 en la villa toscana de Vinci, hijo natural de una campesina, Caterina (que se casó poco después con un artesano de la región), y de Ser Piero, un rico notario florentino. Italia era entonces un mosaico de ciudades-estados como Florencia, pequeñas repúblicas como Venecia y feudos bajo el poder de los príncipes o el papa. El Imperio romano de Oriente cayó en 1453 ante los turcos y apenas sobrevivía aún, muy reducido, el Sacro Imperio Romano Germánico; era una época violenta en la que, sin embargo, el esplendor de las cortes no tenía límites.
A pesar de que su padre se casó cuatro veces, sólo tuvo hijos (once en total, con los que Leonardo acabó teniendo pleitos por la herencia paterna) en sus dos últimos matrimonios, por lo que Leonardo se crió como hijo único. Su enorme curiosidad se manifestó tempranamente, dibujando animales mitológicos de su propia invención, inspirados en una profunda observación del entorno natural en el que creció. Giorgio Vasari, su primer biógrafo, relata cómo el genio de Leonardo, siendo aún un niño, creó un escudo de Medusa con dragones que aterrorizó a su padre cuando se topó con él por sorpresa.
Recreación del autorretrato de Leonardo
Consciente ya del talento de su hijo, su padre lo autorizó, cuando Leonardo cumplió los catorce años, a ingresar como aprendiz en el taller de Andrea del Verrocchio, en donde, a lo largo de los seis años que el gremio de pintores prescribía como instrucción antes de ser reconocido como artista libre, aprendió pintura, escultura, técnicas y mecánicas de la creación artística. El primer trabajo suyo del que se tiene certera noticia fue la construcción de la esfera de cobre proyectada por Brunelleschi para coronar la iglesia de Santa Maria dei Fiori. Junto al taller de Verrocchio, además, se encontraba el de Antonio Pollaiuollo, en donde Leonardo hizo sus primeros estudios de anatomía y, quizá, se inició también en el conocimiento del latín y el griego.
Juventud y descubrimientos técnicos
Era un joven agraciado y vigoroso que había heredado la fuerza física de la estirpe de su padre; es muy probable que fuera el modelo para la cabeza de San Miguel en el cuadro de Verrocchio Tobías y el ángel, de finos y bellos rasgos. Por lo demás, su gran imaginación creativa y la temprana maestría de su pincel, no tardaron en superar a las de su maestro: en el Bautismo de Cristo, por ejemplo, donde un dinámico e inspirado ángel pintado por Leonardo contrasta con la brusquedad del Bautista hecho por Verrocchio.
El joven discípulo utilizaba allí por vez primera una novedosa técnica recién llegada de los Países Bajos: la pintura al óleo, que permitía una mayor blandura en el trazo y una más profunda penetración en la tela. Además de los extraordinarios dibujos y de la participación virtuosa en otras obras de su maestro, sus grandes obras de este período son un San Jerónimo y el gran panel La adoración de los Magos (ambos inconclusos), notables por el innovador dinamismo otorgado por la maestría en los contrastes de rasgos, en la composición geométrica de la escena y en el extraordinario manejo de la técnica del claroscuro.
Florencia era entonces una de las ciudades más ricas de Europa; sus talleres de manufacturas de sedas y brocados de oriente y de lanas de occidente, y sus numerosas tejedurías la convertían en el gran centro comercial de la península itálica; allí los Médicis habían establecido una corte cuyo esplendor debía no poco a los artistas con que contaba. Pero cuando el joven Leonardo comprobó que no conseguía de Lorenzo el Magnífico más que alabanzas a sus virtudes de buen cortesano, a sus treinta años decidió buscar un horizonte más prospero.
Primer período milanés
En 1482 se presentó ante el poderoso Ludovico Sforza, el hombre fuerte de Milán por entonces, en cuya corte se quedaría diecisiete años como «pictor et ingenierius ducalis». Aunque su ocupación principal era la de ingeniero militar, sus proyectos (casi todos irrealizados) abarcaron la hidráulica, la mecánica (con innovadores sistemas de palancas para multiplicar la fuerza humana), la arquitectura, además de la pintura y la escultura. Fue su período de pleno desarrollo; siguiendo las bases matemáticas fijadas por León Bautista Alberti y Piero della Francesca, Leonardo comenzó sus apuntes para la formulación de una ciencia de la pintura, al tiempo que se ejercitaba en la ejecución y fabricación de laúdes.
Estimulado por la dramática peste que asoló Milán y cuya causa veía Leonardo en el hacinamiento y suciedad de la ciudad, proyectó espaciosas villas, hizo planos para canalizaciones de ríos e ingeniosos sistemas de defensa ante la artillería enemiga. Habiendo recibido de Ludovico el encargo de crear una monumental estatua ecuestre en honor de Francesco, el fundador de la dinastía Sforza, Leonardo trabajó durante dieciséis años en el proyecto del «gran caballo», que no se concretaría más que en una maqueta, destruida poco después durante una batalla.
Resultó sobre todo fecunda su amistad con el matemático Luca Pacioli, fraile franciscano que en 1494 publicó su tratado de la Divina proportione, ilustrada por Leonardo. Ponderando la vista como el instrumento de conocimiento más certero con que cuenta el ser humano, Leonardo sostuvo que a través de una atenta observación debían reconocerse los objetos en su forma y estructura para describirlos en la pintura de la manera más exacta. De este modo el dibujo se convertía en el instrumento fundamental de su método didáctico, al punto que podía decirse que en sus apuntes el texto estaba para explicar el dibujo, y no éste para ilustrar a aquél, por lo que Da Vinci ha sido reconocido como el creador de la moderna ilustración científica.
El ideal del saper vedere guió todos sus estudios, que en la década de 1490 comenzaron a perfilarse como una serie de tratados (inconclusos, que fueron recopilados luego en el Codex Atlanticus, así llamado por su gran tamaño). Incluye trabajos sobre pintura, arquitectura, mecánica, anatomía, geografía, botánica, hidráulica, aerodinámica, fundiendo arte y ciencia en una cosmología individual que da, además, una vía de salida para un debate estético que se encontraba anclado en un más bien estéril neoplatonismo.
Aunque Leonardo no parece que se preocupara demasiado por formar su propia escuela, en su taller milanés se creó poco a poco un grupo de fieles aprendices y alumnos: Giovanni Boltraffio, Ambrogio de Predis, Andrea Solari, su inseparable Salai, entre otros; los estudiosos no se han puesto de acuerdo aún acerca de la exacta atribución de algunas obras de este período, tales como la Madona Litta o el retrato de Lucrezia Crivelli. Contratado en 1483 por la hermandad de la Inmaculada Concepción para realizar una pintura para la iglesia de San Francisco, Leonardo emprendió la realización de lo que sería la celebérrima Virgen de las Rocas, cuyo resultado final, en dos versiones, no estaría listo a los ocho meses que marcaba el contrato, sino veinte años más tarde. La estructura triangular de la composición, la gracia de las figuras, el brillante uso del famoso sfumato para realzar el sentido visionario de la escena, convierten a ambas obras en una nueva revolución estética para sus contemporáneos.
A este mismo período pertenecen el retrato de Ginevra de Benci (1475-1478), con su innovadora relación de proximidad y distancia y la belleza expresiva de La belle Ferronière. Pero hacia 1498 Leonardo finalizaba una pintura mural, en principio un encargo modesto para el refectorio del convento dominico de Santa Maria dalle Grazie, que se convertiría en su definitiva consagración pictórica: La última cena. Necesitamos hoy un esfuerzo para comprender su esplendor original, ya que se deterioró rápidamente y fue mal restaurada muchas veces. La genial captación plástica del dramático momento en que Cristo dice a los apóstoles «uno de vosotros me traicionará» otorga a la escena una unidad psicológica y una dinámica aprehensión del momento fugaz de sorpresa de los comensales (del que sólo Judas queda excluido). El mural se convirtió no sólo en un celebrado icono cristiano, sino también en un objeto de peregrinación para artistas de todo el continente.
El regreso a Florencia
A finales de 1499 los franceses entraron en Milán; Ludovico el Moro perdió el poder. Leonardo abandonó la ciudad acompañado de Pacioli y tras una breve estancia en casa de su admiradora la marquesa Isabel de Este, en Mantua, llegó a Venecia. Acosada por los turcos, que ya dominaban la costa dálmata y amenazaban con tomar el Friuli, la Signoria contrató a Leonardo como ingeniero militar.
En pocas semanas proyectó una cantidad de artefactos cuya realización concreta no se haría sino, en muchos casos, hasta los siglos XIX o XX, desde una suerte de submarino individual, con un tubo de cuero para tomar aire destinado a unos soldados que, armados con taladro, atacarían las embarcaciones por debajo, hasta grandes piezas de artillería con proyectiles de acción retardada y barcos con doble pared para resistir las embestidas. Los costes desorbitados, la falta de tiempo y, quizá, las excesivas (para los venecianos) pretensiones de Leonardo en el reparto del botín, hicieron que las geniales ideas no pasaran de bocetos. En abril de 1500 Da Vinci entró en Florencia, tras veinte años de ausencia.
César Borgia, hijo del papa Alejandro VI, hombre ambicioso y temido, descrito por el propio Maquiavelo como «modelo insuperable» de intrigador político y déspota, dominaba Florencia y se preparaba para lanzarse a la conquista de nuevos territorios. Leonardo, nuevamente como ingeniero militar, recorrió los terrenos del norte, trazando mapas, calculando distancias precisas, proyectando puentes y nuevas armas de artillería. Pero poco después el condottiero cayó en desgracia: sus capitanes se sublevaron, su padre fue envenenado y él mismo cayó gravemente enfermo. En 1503 Leonardo volvió a la ciudad, que por entonces se encontraba en guerra con Pisa y concibió allí su genial proyecto de desviar el río Arno por detrás de la ciudad enemiga cercándola y contemplando la construcción de un canal como vía navegable que comunicase Florencia con el mar: el proyecto sólo se concretó en los extraordinarios mapas de su autor.
Pero Leonardo ya era reconocido como uno de los mayores maestros de Italia. En 1501 había causado admiración con su Santa Ana, la Virgen y el Niño; en 1503 recibió el encargo de pintar un gran mural (el doble del tamaño de La última cena) en el palacio Viejo: la nobleza florentina quería inmortalizar algunas escenas históricas de su gloria. Leonardo trabajó tres años en La batalla de Angheri, que quedaría inconclusa y sería luego desprendida por su deterioro. Importante por los bocetos y copias, éstas admirarían a Rafael e inspirarían, un siglo más tarde, una célebre de Peter Paul Rubens.
También sólo en copias sobrevivió otra gran obra de este periodo: Leda y el cisne. Sin embargo, la cumbre de esta etapa florentina (y una de las pocas obras acabadas por Leonardo) fue el retrato de Mona Lisa. Obra famosa desde el momento de su creación, se convirtió en modelo de retrato y casi nadie escaparía a su influjo en el mundo de la pintura. La mítica Gioconda ha inspirado infinidad de libros y leyendas, y hasta una ópera; pero poco se sabe de su vida. Ni siquiera se conoce quién encargó el cuadro, que Leonardo se llevó consigo a Francia, donde lo vendió al rey Francisco I por cuatro mil piezas de oro. Perfeccionando su propio hallazgo del sfumato, llevándolo a una concreción casi milagrosa, Leonardo logró plasmar un gesto entre lo fugaz y lo perenne: la «enigmática sonrisa» de la Gioconda es uno de los capítulos más admirados, comentados e imitados de la historia del arte y su misterio sigue aún hoy fascinando. Existe la leyenda de que Leonardo promovía ese gesto en su modelo haciendo sonar laúdes mientras ella posaba; el cuadro, que ha atravesado no pocas vicisitudes, ha sido considerado como cumbre y resumen del talento y la «ciencia pictórica» de su autor.
De nuevo en Milán: de 1506 a 1513
El interés de Leonardo por los estudios científicos era cada vez más intenso: asistía a disecciones de cadáveres, sobre los que confeccionaba dibujos para describir la estructura y funcionamiento del cuerpo humano. Al mismo tiempo hacía sistemáticas observaciones del vuelo de los pájaros (sobre los que planeaba escribir un tratado), en la convicción de que también el hombre podría volar si llegaba a conocer las leyes de la resistencia del aire (algunos apuntes de este período se han visto como claros precursores del moderno helicóptero).
Absorto por estas cavilaciones e inquietudes, Leonardo no dudó en abandonar Florencia cuando en 1506 Charles d'Amboise, gobernador francés de Milán, le ofreció el cargo de arquitecto y pintor de la corte; honrado y admirado por su nuevo patrón, Da Vinci proyectó para él un castillo y ejecutó bocetos para el oratorio de Santa Maria dalla Fontana, fundado por aquél. Su estadía milanesa sólo se interrumpió en el invierno de 1507 cuando, en Florencia, colaboró con el escultor Giovanni Francesco Rustici en la ejecución de los bronces del baptisterio de la ciudad.
Quizás excesivamente avejentado para los cincuenta años que contaba entonces, su rostro fue tomado por Rafael como modelo del sublime Platón para su obra La escuela de Atenas. Leonardo, en cambio, pintaba poco dedicándose a recopilar sus escritos y a profundizar sus estudios: con la idea de tener finalizado para 1510 su tratado de anatomía trabajaba junto a Marcantonio della Torre, el más célebre anatomista de su tiempo, en la descripción de órganos y el estudio de la fisiología humana. El ideal leonardesco de la «percepción cosmológica» se manifestaba en múltiples ramas: escribía sobre matemáticas, óptica, mecánica, geología, botánica; su búsqueda tendía hacia el encuentro de leyes funciones y armonías compatibles para todas estas disciplinas, para la naturaleza como unidad. Paralelamente, a sus antiguos discípulos se sumaron algunos nuevos, entre ellos el joven noble Francesco Melzi, fiel amigo del maestro hasta su muerte. Junto a Ambrogio de Predis, Leonardo culminó en 1508 la segunda versión de La Virgen de las Rocas; poco antes, había dejado sin cumplir un encargo del rey de Francia para pintar dos madonnas.
Ultimos años: Roma y Francia
El nuevo hombre fuerte de Milán era entonces Gian Giacomo Tivulzio, quien pretendía retomar para sí el monumental proyecto del «gran caballo», convirtiéndolo en una estatua funeraria para su propia tumba en la capilla de San Nazaro Magiore; pero tampoco esta vez el monumento ecuestre pasó de los bocetos, lo que supuso para Leonardo su segunda frustración como escultor. En 1513 una nueva situación de inestabilidad política lo empujó a abandonar Milán; junto a Melzi y Salai marchó a Roma, donde se albergó en el belvedere de Giulano de Médicis, hermano del nuevo papa León X.
En el Vaticano vivió una etapa de tranquilidad, con un sueldo digno y sin grandes obligaciones: dibujó mapas, estudió antiguos monumentos romanos, proyectó una gran residencia para los Médicis en Florencia y, además, trabó una estrecha amistad con el gran arquitecto Bramante, hasta la muerte de éste en 1514. Pero en 1516, muerto su protector Giulano de Médicis, Leonardo dejó Italia definitivamente, para pasar los tres últimos años de su vida en el palacio de Cloux como «primer pintor, arquitecto y mecánico del rey».
El gran respeto que Francisco I le dispensó hizo que Leonardo pasase esta última etapa de su vida más bien como un miembro de la nobleza que como un empleado de la casa real. Fatigado y concentrado en la redacción de sus últimas páginas para su tratado sobre la pintura, pintó poco aunque todavía ejecutó extraordinarios dibujos sobre temas bíblicos y apocalípticos. Alcanzó a completar el ambiguo San Juan Bautista, un andrógino duende que desborda gracia, sensualidad y misterio; de hecho, sus discípulos lo imitarían poco después convirtiéndolo en un pagano Baco, que hoy puede verse en el Louvre de París.
A partir de 1517 su salud, hasta entonces inquebrantable, comenzó a desmejorar. Su brazo derecho quedó paralizado; pero con su incansable mano izquierda Leonardo aún hizo bocetos de proyectos urbanísticos, de drenajes de ríos y hasta decorados para las fiestas palaciegas. Su casa de Amboise se convirtió en una especie de museo, plena de papeles y apuntes conteniendo las ideas de este hombre excepcional, muchas de las cuales deberían esperar siglos para demostrar su factibilidad e incluso su necesidad; llegó incluso, en esta época, a concebir la idea de hacer casas prefabricadas. Sólo por las tres telas que eligió para que lo acompañasen en su última etapa, la Gioconda, el San Juan y Santa Ana, la Virgen y el Niño, puede decirse que Leonardo poseía entonces uno de los grandes tesoros de su tiempo.
El 2 de mayo de 1519 murió en Cloux; su testamento legaba a Melzi todos sus libros, manuscritos y dibujos, que éste se encargó de retornar a Italia. Como suele suceder con los grandes genios, se han tejido en torno a su muerte algunas leyendas; una de ellas, inspirada por Vasari, pretende que Leonardo, arrepentido de no haber llevado una existencia regido por las leyes de la Iglesia, se confesó largamente y, con sus últimas fuerzas, se incorporó del lecho mortuorio para recibir antes de expirar, los sacramentos.